MARAWAKA
SERIE
ANTROPOLOGÍA
Glosario de voces indígenas de Venezuela
Lisandro
Alvarado
Glosario de voces indígenas de Venezuela
Prólogo, cronología y bibliografía
Francisco
Javier Pérez
1a edición,
Manrique y Ramirez Ángel
2a edición, Ministerio de Educación, Dirección de Cultura y Bellas
Artes, 1953
1a edición
en Monte Ávila Editores, 2008
ILUSTRACIÓN DE
PORTADA
Figuras
zoomorfas con cuerpo espiral
Fotografía: Isaura Castro Andrade
©
MONTE ÁVILA EDITORES LATINOAMERICANA C.A., 2008
Apartado Postal
70712, Caracas, Venezuela Telefax (58-212) 263.85.08
CORRECCIÓN
Alí Molina / Olga M. Molina
Hecho el
Depósito de Ley
Depósito Legal
Nº lf50020084603761 ISBN 978-980-01-1646-3
COLECCIÓN MARAWAKA
Monte Ávila
Editores Latinoamericana se complace
en ofrecer al público
lector una nueva colección
que reco- ge textos fundamentales de las ciencias sociales para el co- nocimiento y revaloración del legado
indígena y de origen africano en la conformación de
nuestra nacionalidad. Así como también
sus aportes en la creación
de un corpus teó- rico que nos permite comprender
mejor el proceso de transformación social de un continente que, tras largos si- glos
de colonialismo, avanza en el
reconocimiento de su condición multiétnica y
pluricultural. Reconocimiento que se traduce
en profundos cambios
políticos y jurídicos, que reorientan la conducción de sus Estados al consagrar
cons- titucionalmente la
diversidad sociocultural y lingüística que los caracteriza. MARAWAKA BILONGO, dirigida por Beatriz
Bermúdez Rothe, toma su nombre de dos pa-
labras cargadas de un profundo simbolismo, convertidas
hoy en topónimos. La primera identifica a un héroe cultu- ral entre los pueblos de lengua y
cultura caribe de las Guayanas
y la Amazonía y es también el nombre con que se conoce un cerro en el territorio ye kwana del estado Amazonas. La segunda,
bilongo, designa al chamán entre varios pueblos de África Central
y es el nombre de la fito- terapia en la tradición kongo, así como el origen de la de- nominación
de un poblado de Barlovento, Venezuela.
PRÓLOGO
POSIBLEMENTE,
ninguna de las figuras de la ciencia venezolana surgidas durante el rico período que corre des- de 1883 hasta 1930 reviste, aún, tanta
importancia para el conocimiento de lo
esencial venezolano como la de Lisandro Alvarado.
Hombre
de estudios sistemáticos, erudito, meticuloso,
de pensamiento prodigioso, de formación clásica
(estudia latín en Barquisimeto con Egidio Montesinos, su primer maestro),
Alvarado se ocupará, sobre las huellas de Arístides
Rojas y de Adolfo Ernst (junto a Rafael
Villavicencio sus men-
tores positivistas en la Universidad de Caracas), de conocer
eso que determina las particularidades de la cultura venezo-
lana, proponiendo un amplio proyecto
de investigación que tocaría todas las áreas principales dentro de las ciencias hu-
manas: lingüística, literatura, folklore, antropología, sociolo-
gía, etnografía e historia.
Para
Alvarado, como
para Guillermo
de Humboldt,
el estudio del lenguaje
de un pueblo no es un fin en sí mismo sino, contrariamente, un vehículo
para su conocimiento.
Se acercará al lenguaje venezolano, especialmente al léxi- co, para descubrir
en él su faz etnográfica,
para leer en las palabras las cosas que esconden y visualizar, entonces, la vi- da
que ellas como un designio están obligadas a eternizar como memoria
de un pueblo.
Pacientemente
y durante largos recorridos por la tierra
venezolana, este incansable maestro recogerá las palabras, expresiones, frases,
modos particulares, giros propios y nue- vas
acepciones que definen la variante
dialectal de nuestro español. Su obra de lingüista y de lexicógrafo se propondrá una descripción sistemática de todos esos usos lingüísticos, guiado por la idea final de acercarse al conocimiento de nuestras
particularidades como pueblo y como nación,
en la creencia del siglo XIX de que conocer la lengua y la histo- ria
lingüística de un pueblo
equivalía a conocer la
historia y manera
de ser de ese pueblo.
Ésta, pues, será su meta y su
preocupación de lingüista.
LA LINGÜÍSTICA DE SU TIEMPO
Alvarado
se
forma bajo el signo de los neogramáti- cos (Junggrammatiker). Esta escuela
de lingüistas alema- nes
había construido una teoría lingüística sobre
la idea de la recurrencia sistemática y de la regularidad de los fenómenos. Creyendo en el principio de la infalibilidad de las leyes fonéticas habían logrado explicar
las razones del cambio
lingüístico y de la evolución de las lenguas
(indo- europeas, en este caso), con una metodología que científi-
camente podía hacer arribar la investigación a resultados exactos y comprobables. La ciencia del lenguaje que
ha- bía nacido en la Alemania de principios del siglo XIX, des- pués del camino trazado por Bopp, Humboldt, Grimm, Diez y muchos otros notables lingüistas de esta época irre-
petible
para nuestra especialidad, se erigía en una ciencia con visos de «exactitud» (muy cerca de las ciencias exactas
clásicas) inusuales en el ámbito de las ciencias humanas.
El mismo Ferdinand
de Saussure, formado en la Ale- mania neogramática, ha entendido que el aporte de esta es- cuela radicó
en cambiar el criterio imperante
que afirmaba que las lenguas eran organismos vivos que se desarrollaban
por sí mismos, y sustituirlo por el que sostenía
que, al con- trario,
las lenguas eran un producto
espiritual y social.
Esta misma conclusión se desprendía de las investi- gaciones en el campo de la lingüística románica de aquellos
años. Los estudios dialectológicos de finales del siglo pasa- do
y los primeros intentos de geografía lingüística, en
res- puesta a la rigidez del método
neogramático, ponían de manifiesto la necesidad de centrar los intereses en
el len- guaje popular
y en la explicación del origen de las palabras
en su conexión con las realidades. El método Palabras y co- sas marcaría la pauta en cuanto
a la interdisciplinariedad en el estudio
de la lingüística, en donde etnografía y lingüís- tica se unían para lograr una aproximación al origen de los nombres
y, a través del origen de los nombres, una expli- cación sobre la naturaleza de los objetos que estos nombres
designaban, calificaban, distinguían
y diferenciaban.
En síntesis, los caminos de la
lingüística que se gestan
entre 1883 y 1930, base de las modernas escuelas, postula-
rían, en pugna unos y otros,
la creencia en una lingüística na- turalista,
defensora de la idea de que las lenguas
son como seres vivos, y, por
otra parte, la postura contraria
de una lingüística descriptiva que defendía
el ingrediente social en la
configuración de las lenguas. Sin embargo, ambas tenden-
cias coincidían en que los métodos debían caracterizarse por su sistema,
cientificidad y manejo
de datos cuantificables como herencia del pensamiento positivista.
La obra lingüística de Lisandro
Alvarado resultaría
de la conjunción de los principios positivistas y naturalis- tas que privaban en la ciencia
venezolana de estos años. Neogramático y positivista, Alvarado hará
investigación con método y rigor; etnógrafo
y humanista, observará el lenguaje popular venezolano como manifestación del es- píritu de nuestro
pueblo. Voces y cosas de Venezuela que su obra
recoge y explica como
búsqueda de los orígenes ve- nezolanos
y memoria activa de la trayectoria vital de los hombres de Venezuela.
LA OBRA
LINGÜÍSTICA Y LEXICOGRÁFICA
Los intereses
lingüísticos de Lisandro Alvarado se desarrollaron
principalmente en el terreno lexicográfico.
Su obra de lingüista quiso cumplir objetivos
muy claros en relación con la recolección y descripción del lenguaje crio- llo, la codificación del venezolanismo como unidad léxica
de contraste frente a la variedad peninsular del español y el conocimiento de la fragmentación dialectal del español de Venezuela.
Para
llevar
a cabo estos objetivos, Alvarado diseñó un proyecto de investigación muy amplio y ambicioso que comprendía
tres etapas de trabajo y la correspondiente elaboración
de tres obras que
ofrecerían los resultados
al- canzados en cada una de estas etapas:
primera: recolección y descripción del léxico de origen
indígena de uso en
el es- pañol de
Venezuela; segunda: recolección y descripción del léxico coloquial diferencial del español hablado en
el país; y tercera: estudio de las peculiaridades fonéticas
del español de Venezuela. El lexicógrafo tocuyano hará alusión a este proyecto en la
«Introducción» a sus Glosarios del
bajo es- pañol en Venezuela:
Por esta razón haremos
de todo ello asunto particular de dos tratados que pueden servir
de complemento al presente y llevar por título Alteraciones fonéticas del bajo
español en Venezuela el
uno, y Glosario de voces
indígenas de Venezuela el otro.
Tal
como se lo había propuesto, concluirá cada eta-
pa con la publicación de un tratado respectivo en donde se logra un estudio analítico e interpretativo de primer orden
sobre los fenómenos lingüísticos. Así, publicará,
en 1909, las Alteraciones fonéticas del español en Venezuela
en su primera redacción (la segunda
será en 1929); en 1921, el
Glosario de voces indígenas de Venezuela; y por último y como publicación póstuma, en 1929, sus Glosarios
del bajo español en Venezuela.
Los
principios característicos a nivel técnico desple- gados por Alvarado en estos trabajos podrían
enumerarse tal como sigue:
1) claridad en los objetivos y metas de la la- bor lexicográfica;
2) empleo de una metodología de reco- lección; 3) aplicación sistemática de una metodología de redacción; 4) presentación regular de los resultados; y
5) sistemática interna entre las tres obras
(particularmente clara en relación con los Glosarios).
En este sentido, el
aporte de Lisandro Alvarado a nuestra
lexicografía y al avance de los estudios lingüísti- cos venezolanos como materia científica ha sido inmenso y
la crítica así lo ha reconocido. Pedro Grases,
en su valio- so estudio dedicado al Alvarado lexicógrafo
(La obra
lexi- cográfica de Lisandro Alvarado, 1954), dirá al respecto:
Todas estas ideas son
las que mueven y animan a Lisandro
Alvarado a emprender y realizar en Vene- zuela
la obra del vocabulario nacional, lo que ya ha- bía sido ensayado en la mayor parte de las repúblicas
hispanohablantes. En Venezuela
existían algunas pu-
blicaciones estimables que Alvarado respeta
y utiliza ampliamente, pero no se había intentado en forma de diccionario el estudio exhaustivo del léxico peculiar. Calcaño, Medrano, Picón Febres,
Carmona, Rivodó, Seijas, Villalobos, Michelena, Ernst, Rojas y pocos más habían
dado ya a las prensas escritos
dignos de consi- deración, pero
unos por ser predominantemente didác-
ticos, otros por referirse solamente a una parte del país o por ser muy fragmentarios, no satisfacían el propósito totalizador y objetivo
a que aspiraba
Lisandro Alvarado.
Y con esta mira recorre
el país, consulta
antecedentes y anota la
literatura nacional, para legar a Venezuela
la obra más acabada que en este campo se posee. (Destacado nuestro.)
Su obra significó una
síntesis del conocimiento sobre el léxico de Venezuela
que, después de los intentos coloniales, habían logrado
alcanzar la lexicografía y dialectología ve- nezolanas del siglo XIX (notables en este contexto
las con- tribuciones de Miguel
Carmona como autor del primer diccionario de venezolanismos, su Diccionario
Indo-Hispano o venezolano español de
1858-1859; y de José Domingo Medrano que, con sus Apuntaciones críticas sobre el lengua-
je maracaibero de 1883,
lograría fundar
la lexicografía re- gional en el país) y el punto de
partida de la lexicografía moderna de Venezuela.
EL GLOSARIO DE
VOCES INDÍGENAS
Alvarado
publica en 1921 su primer trabajo lexico-
gráfico de relevancia. Se trata de un glosario que recoge un nutrido grupo de indigenismos de
uso frecuente en el habla de Venezuela.
Preocupado
por las lenguas indígenas venezolanas
y
por
el estudio de sus orígenes y por las huellas que las cul- turas indígenas han dejado en la vida nacional, Alvarado rastrea y anota los indigenismos lexicalizados en el habla del país, documenta
y confirma las etimologías de muchos de ellos, construyendo,
además, la genealogía de cada voz in- dígena desde las primeras referencias coloniales hasta los usos literarios más recientes.
En el Glosario de voces indígenas de Venezuela
Al- varado logra interrelacionar sus inquietudes en torno a dos ámbitos de
estudio que constituían los fundamentos más
determinantes de sus investigaciones. Por un lado, el
estudio de las culturas indígenas, al que había dedicado la mayor parte de sus trabajos de campo, con la idea de lo- grar una descripción rigurosa de los materiales
etnográficos disponibles para
la reconstrucción y conocimiento de la cultura material del pueblo venezolano
(a este respecto, ofrecerá sus resultados en su libro Datos etnográficos de Venezuela, 1945);
por otro, el estudio
del habla de Venezuela en una amplia
gama de tópicos
de descripción, entre
los que ocupaban y ocupan
un rango de primer orden los indigenis- mos, tal como Medrano y Julio Calcaño (El
Castellano en Venezuela, 1897) habían previamente establecido.
Sin embargo, lo que Calcaño y
Medrano no habían po-
dido
alcanzar era
la exactitud
en materia
etimológica, uno
de los indiscutibles méritos del Glosario de Alvarado.
Mientras Calcaño
se obsesiona por encontrar analogías entre las voces
indígenas y las lenguas nacionales europeas o las semíticas
y las orientales, Alvarado, a partir
de los aportes ofrecidos en esta materia
por los misioneros filólogos coloniales, irá fijan-
do para la mayoría de las voces su procedencia y filiación
a los troncos lingüísticos del continente: taíno, caribe, aruaco,
chibcha o tupí. Medrano
adoptará una actitud cautelosa al no aventurar
conclusiones desproporcionadas en relación
con
sus fuentes
y con las metas de su descripción de las voces co-
loquiales de Maracaibo.
En este sentido,
creo que dejando de lado sus logros técnicos en materia lexicográfica, el Glosario de voces in- dígenas de Venezuela
marcó un momento en la historia
de los estudios lingüísticos venezolanos y sigue aún ocupando el
primer lugar en materia de indigenismos, debiendo en- tenderse
como una obra no superada, poseedora de ricos y confiables materiales.
VIGENCIA DE
ALVARADO
Las investigaciones lexicográficas realizadas a par-
tir de 1930 han reconocido, con absoluta
unanimidad, los logros
de Alvarado como lexicógrafo del lenguaje criollo, al utilizar constantemente sus materiales y al considerarlo la fuente moderna
de primer orden en esta materia.
Por su parte, la crítica
diccionariológica ha sabido entender el método de investigación de Alvarado y la sis- temática
que genera el aparato descriptivo de sus trabajos. Así, notables lexicógrafos, historiadores y críticos han
expresado su deuda con Alvarado
y encuadrado su produc- ción dentro del contexto de los estudios sobre el
habla del país. Tal es el caso de Pedro Grases, Ángel Rosenblat, Marco
Antonio Martínez (escribió unas reseñas sobre los Glosarios para la Revista Nacional de Cultura, cuando
aparecieron pu-
blicados en la
primera edición
de las
Obras completas), Aura Gómez, María Josefina Tejera, Alexis Márquez Rodríguez,
Luis Quiroga Torrealba, Jesús Olza, Alexis Márquez Carrero,
Edgar Colmenares del Valle,
Francisco Javier Pérez y Pedro
Pablo Barnola, entre otros.
Precisamente,
este último
ha logrado una valoración muy justa del trabajo
de Alvarado como lexicógrafo. El Padre
Barnola escribió
en los márgenes de un libro de su biblio-
teca (Americanismos de Miguel de Toro y Gisbert,
en el es- tudio titulado
«Los diccionarios de americanismos») una nota
que busca resumir los aportes de
este estudioso y la vigencia de su
obra. He aquí esta nota, que sale a la luz por
primera vez:
Parece que el Dr. Lisandro
Alvarado tuviese
muy pre- sentes todas las indicaciones de este autor (Miguel de Toro y Gisbert) para elaborar sus dos obras
magistra- les: Glosario de voces indígenas de Venezuela y Glo- sarios
del bajo español
en Venezuela. En esta materia es lo más acabado y abundante. Alvarado, médico, na- turalista y políglota, sagaz observador y con una pre-
paración singular, como versado en latín y griego, acopió en su vida enorme
caudal de voces, escudri- ñando sus etimologías, cotejando
la sinonimia, con un
criterio de etnólogo y literato de alta talla.
Siguió con muy buen acierto
la enseñanza del
Dr. Ernst, el cien-
tífico más notable de Venezuela. (Paréntesis nuestro.)
Los historiadores
de la lingüística venezolana también han estudiado la posición que la obra de Alvarado
ocupa en el ámbito de esta disciplina. Las
conclusiones han sido, so- bre este particular,
muy exactas y valorativas de
la condi- ción de hito o marcador histórico
que esta obra tuvo en la historia de la ciencia del lenguaje en general y,
específi- camente, en la de la lexicografía
de nuestro país.
De esta manera, Edgar Colmenares del Valle y Fran- cisco Javier Pérez han organizado, el primero,
la evolución del concepto de «venezolanismo» («con Lisandro Alvarado
culmina este período de la delimitación y teorización so- bre
el venezolanismo que —como dijimos— se había ini- ciado con José D. Medrano»), y, el segundo,
la historia de
la lingüística venezolana (se establece
el año 1929, muerte de Lisandro Alvarado y fecha de la publicación póstuma de sus Glosarios, como marca diacrónica que
indica la conso- lidación de la lingüística científica en Venezuela), en etapas que
finalizan y tienen su punto de partida
hasta y desde la aparición del Alvarado
etnolingüista y lexicógrafo.
Para
cerrar diremos,
la obra de Alvarado
fue el resul- tado de una pasión venezolanista muy particular en la histo-
ria del país. Regeneró, como señaló Santiago Key-Ayala, una tendencia de la mente
venezolana que fue
esplendorosa con Bello, y con Baralt y Juan Vicente González. Hombre de cua- lidades especiales, como lo ha entendido Pascual Venegas
Filardo, Alvarado pertenecerá a esa estirpe de venezolanos que no ocupan
altas posiciones y un renombre
desmesurado, sino que pasan inadvertidos para el pueblo a cuyo conoci-
miento dedicaron todos sus esfuerzos. Grandes hombres de Venezuela
en los que el deber
y la pasión coincidían.
Este Alvarado, a la vez esplendoroso e inadvertido, Aristóteles sin discípulos como lo llamara
Picón Salas, es el que hoy queremos rescatar para
orgullo y asombro de nuestra cultura y ciencia, siguiendo su
camino y pisando creativamente sus propios pasos.
FRANCISCO JAVIER
PÉREZ
NOTA EDITORIAL
EN ESTA
NUEVA edición que Monte Ávila Editores Latinoamericana presenta a los lectores,
se tomó como ori- ginal el volumen I de las Obras Completas
de Lisandro Al- varado (Glosario de voces indígenas
de Venezuela. Caracas, Ministerio de Educación.
Dirección de Cultura y Bellas Artes,
1953, 422 pp.) publicado en 1953 por
la Comisión Editora. En la edición de aquel entonces fueron incorpora- das las «Correcciones y adiciones
al Glosario de voces indí- genas
de Venezuela», que Alvarado
estuvo elaborando con ejemplar afán de
perfeccionamiento, después de dar al
pú- blico una primera
edición de esta obra en 1921. La presente edición
no incluye los prolegómenos ni el trabajo comple- mentario «Voces geográficas»
de la edición de 1953. Dado
que es una obra de características complejas la que hoy pre- sentamos,
y de interés lingüístico e histórico
para estudiantes e investigadores de la lengua, se procedió a revisar y moder-
nizar —sólo en algunos
casos— la particular ortografía del
autor
y del español de su época, respetando, por supuesto, en todo momento su contenido y la rigurosa
investigación que realizara Lisandro Alvarado
a inicios de este siglo.
GLOSARIO
DE VOCES INDÍGENAS
DE VENEZUELA
LAS VOCES
INDÍGENAS incorporadas al español de Venezuela tienen uso frecuente en el lenguaje familiar y aun invaden el estadio de las letras.
Algunas de ellas tras-
pasan los límites del país y pueden
considerarse como ame- ricanismos; y sea por tal razón o por obra de la fortuna
ha llegado el caso de que unas cuantas hayan sido adoptadas por la Academia
Española dándoles puesto en las ediciones
su- cesivas del diccionario.
Hémonos dado a la tarea de catalogar
y definir las re- cogidas en nuestra patria con el doble objeto,
y ello cuando fuere posible, de establecer su antigüedad y abolengo y de
señalar su uso apropiado en el país, bien entre el vulgo, bien entre literatos.
En periódicos y revistas contemporá-
neas deslízanse alguna
que otra vez términos
que en otras repúblicas vecinas, y
con mayor razón en España, necesi-
tan explicación, y que en vano se buscarían en los léxicos más copiosos
del idioma español, si no es que, hallándolos en
alguno, apenas se reconocen por su definición. Si, pues, una de esas voces vernaculares
y modestas está autorizada por traer su origen
de una lengua viva o muerta del país o por el uso constante
de nuestros mejores escritores, hay derecho de que entre ella en el caudal,
ya de suyo rico, del español.
Debemos en
consecuencia exponer nuestras miras respecto de las lenguas en que fincan las
voces aquí enu- meradas. Muchas de éstas sin duda carecen
de una exacta determinación en cuanto a su etimología, hasta el punto de
haber sido catalogadas por exclusión; pero hay
buen nú- mero que no están en ese caso y que tienen su cuna, con al- teraciones más o menos
explicables, o sin ellas,
en lenguas de la América española,
mientras que algunas pocas han venido de Asia o África. En esta labor crítica
trataremos de seguir un método
que ninguno que a trabajo
semejante se dedique habrá de dispensarse, y que teniendo
de ser es- trictamente
racional, debería ser apoyado en la
etnología, en la lingüística y en la historia, alejando en lo posible la arbitrariedad y esas etimologías pueriles llamadas «de son- sonete» por un escritor español. Recordemos, como ejem- plo, las derivaciones que nos dan Garcilaso y fray Simón de pulpería,
Oviedo y Covarrubias de coco, el mismo
Oviedo y Armas de manatí. El sonido y la ortografía pueden extra- viarnos si los aceptamos en clase de presunción filológica, pues así tal vez concluiríamos por tomar voces americanas como aura, baba, boro, capa, caro, coto, etcétera, como vo- ces españolas. Es por otra parte sabido
que los conquista- dores adoptaban a ocasiones
nombres españoles semejantes
en su pronunciación a otros indígenas,
contrahaciéndolos así y
efectuando una suerte de contaminación, en especial si coincidían ambos en lo de expresar
alguna señal notable del
objeto o cosa, que es lo que ingeniosamente llamaba Caulín
«nombres
trovados», y los cronistas luego confirmaban el
hecho sin más ni más, ignorando
por lo pronto la lengua de
los conquistados. De este género
escribían Moscas por Muiscas,
Encaramada por Caramana, Saliva por Sáliba, Chamuchina por Samusida, Barraguán
por Parauáni, etcé- tera. Haremos una singular excepción del R.P. Gilii, cuya perspicaz ilustración le permitió clasificar muchas lenguas
americanas e iniciar el análisis
etimológico de los nombres
geográficos venezolanos, de que en otro estudio
separado nos ocupamos.
De los grupos lingüísticos caribe, maipure, tucano
y tupi, a que han sido hasta ahora reducidas gran número de lenguas de Venezuela
y las naciones limítrofes, el primero
es el que ha suministrado mayor copia
de voces al español nuestro, predominando muchas de éstas de uno a otro extre- mo de la república. Es evidente que
los vocablos haitianos tuvieron buena suerte en manos de los
guerreros españoles, y los
del caribe isleño en la de los guerreros caríbales de Tierra Firme;
cosa tanto más de notar cuando se cae en la
cuenta de que sólo pocas voces tomadas de pueblos civiliza-
dos penetraron en el país y que en igual caso están las de otras lenguas
como el quichua y el tupi, idiomas
que, por su importancia y estructura, intentaron generalizar los misio- neros. Así nopal,
de origen azteca, cóndor, palta, pampa,
puma, de origen quichua, jaguar, tapir,
de origen guaraní, tienen un uso más bien literario
que vulgar en Venezuela, de manera
que sus sinónimos tuna, aguilucho, aguacate, sa- bana, león, tigre, danta son
los de empleo corriente. Algo parecido
ha sucedido en México, donde creo que los nom- bres haitianos maguei,
tuna y el araucano pulque
son prefe- ridos a los aztecas
metl, xoconochtli, octli. En cambio, el afán de los
misioneros y conquistadores en dar nombres de san- tos patronos
o de homónimos de los reyes de España
o de ciudades de la Península
a los pueblos
que fundaban fue a me- nudo infructuoso, prevaleciendo hasta hoy día nombres indí-
genas en gran número de lugares.
Pero algún éxito les cupo
en nombres de animales y de plantas
que les eran desco- nocidos, cuando hallaban
cierta semejanza con los que en
el Viejo Mundo conocían; y así, como dice Humboldt,
a algunas plantas de lejanas tierras aplica el colono
nombres tomados del suelo natal,
cual un recuerdo
cu- ya pérdida fuera en extremo sensible; y como existen misteriosas relaciones entre los
diferentes tipos de la organización,
las formas vegetales se presentan a su mente
embellecidas con la imagen de las que
rodearon su cuna.
Citando Cuervo estas palabras del Cosmos, continúa:
No pocas veces hemos contemplado con ternura a aque- llos conquistadores de hierro
que, ablandándose al ten- der
por primera vez la vista sobre paisajes parecidos a los de su patria, fingían
en sus mezquinas chozas una Cartagena
y una Santa Fe, y, como para completar
la ilu- sión, revestían
en su fantasía los campos con las flores y hierbas
testigos de sus juegos
infantiles.
Al señalar
en este bosquejo la etimología de los vo- cablos indios adoptados
por el uso nos atendremos a lo que nos ofrece
el estudio particular de cada lengua
americana. Miras más lejanas
no entran en nuestro plan;
y siendo así, dejaremos los trabajos de Armas, Calcaño,
Tavera y Ernst en el puesto en que sistemáticamente se han colocado.
Ernst, nuestro
maestro, participó en sus últimos años de las ideas
de Martius acerca
de la supremacía de la raza guara- ní en Suramérica
y del supuesto
papel secundario de los ca- ribes en la colonización precolombina. Las investigaciones de Adam, Steinen y otros americanistas han venido a con- firmar las observaciones de los
antiguos cronistas y a de-
volver su importancia al elemento caribe,
reconstituyendo con ello toda una familia lingüística no bien limitada
en el atlas etnográfico de
Balbi, que sirvió de guía al geógrafo Codazzi en su clasificación. Nuestro erudito académico Dn. Julio Calcaño
parece en sus escritos preocupado con el pen- samiento de apartar de toda influencia sobre el español ve- nezolano a los idiomas indígenas como si fuesen de suyo impropios
para jugar ese papel en la evolución de nuestra ha- bla. Las lenguas
orientales le son más meritorias a este fin, y hale sido en consecuencia preciso entrarse en el complicado
y arduo problema
relativo a la procedencia del hombre ame-
ricano. Pero volvamos a nuestro
propósito.
Algunas letras
del alfabeto itálico faltan o son raras en las lenguas
americanas, por ejemplo, la d, f, l, rr. Al caribe, ta- manaco, chaima, cumanagoto, chibcha, eran extrañas
una u otra. Expresábanlo irónicamente los españoles diciendo que los indios no tenían dios, ni fe, ni ley, ni rey. Las voces indí- genas hoy usadas que empiezan
por esas letras
son así muy pocas, y en algunas
de ellas se ha efectuado, para que tal ha- ya, un cambio de consonantes, o proceden
acaso de lenguas que poseen las letras susodichas. En este sentido arrau,
capa- rro, cubarro, currucai, sarrapia, se pronuncian a la española.
Estos cambios de letras o permutaciones se observan en las voces de que tratamos no menos que en las castella-
nas puras. Las tribus indígenas suelen confundir la e y la i, la
o
y la u, en su pronunciación, diciendo cacure o
cacuri, catumare o catumari, cucare o cucari, guayoco o
guayuco, morojoi o murujui. Por efecto
de la disimilación hoy se es- cribe generalmente cocui, cocuiza, cocuyo, totuma, aunque primitivamente se decía cucui, cucuiza, cucuyo, tutuma; tal que
esta última manera
de pronunciar es la que en el pue-
blo
prevalece.
En las consonantes acaece lo mismo.
Arístides Rojas
hace muy bien notar que en el caribe, así como en el quichua,
el
uso cambia generalmente la sílaba va o
hua por gua.
Va- rias circunstancias hay en esto que han producido alguna
constante y universal confusión y la apariencia de una im- portante radical en la partícula gua, tan frecuente por lo de- más en otros idiomas.
Tiene razón Tavera Acosta en sostener
la lectura ua, donde quiera que los frailes
escribían gua; y Ruiz Blanco
se arrimaba más a la verdad
escribiendo hua. Oviedo creyó necesario en cierta ocasión expresar el deletreo
de las voces yuana (iguana),
maría, curía, para marcar
la dié- resis, lo cual extravió
a Armas, quien creyó ver en la primera la voz española Juana y en las otras una dificultad de los na- turales para pronunciar
como los españoles el nombre de la virgen
María. Observa además Tavera Acosta (carta de 25 de enero
de 1906) que los indios de las selvas de
Guayana, y muy particularmente los del Alto Orinoco y Rionegro,
no ha- cen sentir
la g en las articulaciones ua, ue, etcétera, iniciales
de sílaba. Aun resta otra grafía en los antiguos artes y tesoros, y
es la v que reemplaza a la u semivocal;
y queda entonces
la incertidumbre, en algunas
pocas voces, de si esa v
equivalía a la b o a la u. Ciertas tribus, en efecto, como la arecuna, pro-
nuncian en cierto modo la v española
en tales circunstancias,
según lo observó nuestro
finado amigo el Dr. Bousignac. Gilii mismo,
cuya ortografía es italiana, usa de ordinario la v,
y a veces la u, en ese caso. Sea como fuere, los españoles en- contraban
indispensable añadir la g eufónica
no sólo en las voces tomadas
del arábigo sino también
en las americanas. Hoy sería
demasiado tarde para arreglar la ortografía de los nombres propios y los comunes
más vulgares, y tan imprac- ticable
será escribir Uayana, Uarenas,
Uatire, como Uadal- quivir, Uadiana,
Uadalete.
Las permutaciones dichas pueden
ser al contrario
motivadas por fonemas que existen en dialectos america- nos y faltan
en el español. De este género es el sonido de la ch francesa que el castellano perdió hacia la XVI centuria.
Los arecunas, según nos ha
informado el Dr. Bousignac, tienen
al modo de los aruacos y de alguna otra lengua in- doeuropea, una consonante intermedia entre la l y la r, co- sa que ha notado el Dr. Koch-Grünberg en dialectos de Rionegro.
En el caribe existe un sonido
análogo. El cambio frecuente
de estas dos líquidas es más bien un fenómeno lin- güístico general, ya que en la evolución de los lenguajes indo- germánicos
se presenta más de una vez. Pronúnciase así en Venezuela congorrocho o
congolocho (Spirotreptus sp. pl.), cremon o
clemon (Thespesia populnea). El lambdacismo ocu- rre
por su parte a cada paso en los pueblos
hispanilocuentes.
Muy
dudoso es que, con el
cambio de pronunciación que experimentaron ciertas letras del alfabeto español hacia el
siglo XVI, haya también
cambiado la articulación de de- terminados vocablos indígenas. Fuera de que el uso de éstos
no era ni es hoy en algunos casos de un empleo muy lato en lo
literario, que exigiera ese cambio fonético gradual, la población primitiva se
mantuvo largo tiempo alejada del movimiento
bienhechor de la instrucción, y
por lo tanto es presumible que haya
existido una pronunciación
más o me- nos uniforme en todo tiempo
y en todas partes, salvo
en lo concerniente a las permutaciones regulares ya mencionadas.
En el Brasil, en la Argentina y en el Paraguay
es cosa ordi- naria
pronunciar ciertos nombres indígenas
nuestros acen- tuándolos en la última sílaba, como si se tratara de un francés
que pronunciara a su estilo
el español o el inglés.
Dicen, por ejemplo, Guayaná, Caliná, Galibí, Tamanacá, Arecuná, etcé-
tera, y llevan la misma práctica a muchos
nombres comunes. Es palmario
que en esa prosodia extraña influye el cultivo del guaraní, de
que suponen oriundas las principales lenguas de la parte septentrional
de Suramérica. El Dr. Koch-Grünberg
introduce en sus escritos
esta pronunciación, que es vulgar en el Brasil. Me parece preferible,
en lo que a lo nuestro atañe, adoptar el
uso y la tradición conservados en nuestra
patria, que están conformes con la ortología
de los cronistas y misioneros españoles y con la de las lenguas actualmente habladas en Venezuela.
En voces de etimología
incierta valga a lo menos la distribución geográfica. En el Oriente del país, por ejemplo,
y aun en Caracas, predominan voces chaimas y cumanago-
tas. En las regiones
de la Cordillera, en otras contiguas, como
los estados Lara, Portuguesa y Zamora*,
son familiares cier- tos vocablos
y modismos venidos de Colombia, o del Perú. En el Zulia existe una especie de confusión en el lenguaje, más
o menos notable y circunscrita. Los
términos caribes, por su parte, se encuentran diseminados en toda
la superfi- cie de la república, así como los taínos; y éstos, además,
han logrado invadir, en
parte se entiende, no sólo el continente
nuevo sino también el antiguo.
Permítaseme ahora exponer
el «peso» que he dado a
las autoridades que establecen la legitimidad de las voces aquí registradas. Desde luego, las más antiguas son prefe- ribles: luego vienen los términos hoy conocidos de diver- sas lenguas americanas, que son suficiente garantía como
autoridad; y por último, como especie de prueba supleto- ria, alegaremos el uso de los escritores modernos o la tra-
dición conservada en cada lugar mediante el habla.
Entre los autores más antiguos, llamados
impropia- mente cronistas, vienen en primer lugar fr. Bartolomé de las Casas,
el capitán Gonzalo
Hernández de Oviedo
y Val- dez y el clérigo Francisco López de Gómara.
Está de más encarecer
estas fuentes de información, aun teniendo en cuenta las polémicas
ocurridas entre los dos primeros
y las
(*) El autor se refiere al antiguo estado
Zamora, cuyo nombre fue cam- biado ulteriormente por el de estado Barinas.
(Nota de la Comisión Editora.)
críticas hechas al tercero
por sus contemporáneos. Si todos son
instruidos y buenos
maestros del habla, el primero pa- rece
recomendarse ante todo por su seriedad y por el co- nocimiento que tuvo de la lengua hablada
por los indígenas
de la Española. Lástima es que, exceptuando quizá tan sólo el
libro de Carvajal, fuese costumbre inveterada
de los edi- tores españoles respetar poco la escrupulosidad
deseada en la expurgación de los códices
y meter mano en el arreglo,
anacrónico y arbitrario, de la ortografía y puntuación del es- pañol
venerable del siglo XVI.
Lástima también que hayan imitado
este inexcusable sistema los
editores de Bogotá y Caracas,
aun después que empezaran su obra reformadora las ediciones
facsimilares de Julio Platzmann. De
otro gé- nero son las obras de Castellanos y de Acosta,
en cuanto que el uno es más conocedor
de las cosas de Colombia y el otro de las
del Perú. Inspiran más
confianza sin embargo
los da- tos del canónigo, aun bien certificando el elegante decir
del jesuita y su desdeñosa
nimiedad y parsimonia, junto con su
gusto decidido por estudiar problemas de física y minería
(y no se olvide que sólo consideramos desde un punto de vista filológico
las obras de los autores ahora mencionados). Notemos,
para terminar este rápido examen, lo que sobre el plagio
de Acosta informó Pinelo, ya puesto fuera de duda.
Los textos posteriores son casi todos escritos
por mi-
sioneros de diversas
congregaciones, entre los cuales con- viene recordar los que aprendieron
una o más lenguas americanas. De todos ellos, aun del crédulo Simón y del
locuaz Gumilla, nos aprovecharemos, ciñéndonos
por su- puesto a los bien conocidos preceptos de la lingüística mo- derna. No es sino
a lo último, en los postreros
años de siglo XVIII, cuando hallamos, en los escritos que especialmente nos interesan, las aficiones del lingüista y el naturalista.
Azara, Ulloa, Juan, Velasco y otros pocos
son una buena muestra en la América meridional; mas, como se ve y a excepción
de Caulín, aprovecharían más bien al que estudiara la in- fluencia
del guaraní o el quichua
sobre el español americano.
Una advertencia
más, para terminar. Siendo así que la mayoría de nuestras
voces indígenas se refieren a la fau- na
o a la flora de Venezuela, era preciso adoptar un plan cualquiera para su
conveniente exposición. El que mejor cuadra a un léxico sería el observado por
los naturalistas, breve, conciso,
claro y propio
para identificar cada ser, cosa o voz. Seguimos por nuestra
parte el plan, pero no el sistema,
técnicamente hablando, puesto que no somos profesionales, ni sabemos gran cosa de
ciencias naturales y lingüísticas. Caracteres
insuficientes y superfluos, sinonimias desusadas,
ocurrencias por el estilo, serán cosa de verse. Escribimos, em- pero, no para los
sabios, sino para
los hombres consagrados a las faenas agrícolas o pecuarias, alejados por lo común
de toda fuente de información; y esto sin
olvidar los conceptos del profesor Cook, de Washington.
Figúranse con harta ligereza los científicos que los natu- rales de una región están, con respecto a la naturaleza, tan atrasados
como en materia
de letras o de industria
lo es- tán: es un error
profundo, pues lo que el indígena sabe de sus plantas
silvestres, casi siempre es bastante
más inte- resante y significativo que lo que el botanista viajero pu-
diera aprender en el curso de ocasionales observaciones.
El conocimiento de los naturales representa la experien- cia acumulada
y los descubrimientos accidentales de mu- chos siglos;
y a veces se anticipan
de extraña manera a
los
resultados de las indagaciones científicas modernas.
Apreciaciones
justas, que, tratándose de ciertos
problemas de patología tropical, aplica muy al caso Sir Patricio Manson.
En una obrita como ésta, por reducidas que sean sus dimensiones,
interesa muy mucho orientar con eficacia y
prontitud al lector y ahorrarle trabajo y confusión en sus pesquisas
gramaticales. Indicamos, pues, las abreviaturas
que nos han parecido más oportunas según se estila en obras de este género,
explicándolas en una tabla alfabética preparada al efecto.
ABREVIATURAS
Ac. R. P. José de Acosta, Historia natural y moral
de las Indias. Madrid, 1894.
ar. Lengua aruaca.
arec. Lengua arecuna.
Arg. República Argentina.
Ben. Lcdo. José M. Benítez,
Principios para la ma- teria médica del país. Caracas, 1869.
Bol. República
de Bolivia.
ca. Más o menos (circa).
cal. Lengua calina (caribe insular).
Calc. Dn. Julio Calcaño, El castellano en Venezuela.
Caracas, 1897.
car. Lengua caribe (caribe continental).
Carmona. Dr. Miguel Carmona,
Vocabulario publicado en 1858.
Carv. Fr.
Jacinto Carvajal, Descubrimiento del río Apure. León,
1892.
Cas. Fr. B. de las Casas, Historia general de las In- dias, Madrid, 1875-1876.
Cast. Juan de
Castellanos, Elegías de varones ilus- tres de Indias. Colección
Rivadeneyra.
Caul. Fr. Antonio Caulín, Historia de la Nueva An- dalucía.
Caracas, 1841.
cf. Compárese (confer).
Cisn. Dn. José L.
de Cisneros, Descripción exacta de la provincia de Venezuela. Madrid,
1912.
Cod. Coronel A. Codazzi, Resumen de la Geografía
de Venezuela. París, 1841.
Col. República de Colombia (Nueva Granada). Cord. Estados de
la Cordillera (Trujillo, Mérida,
Táchira).
C. Rica. República de Costa Rica. cum. Lengua cumanagota.
ch. Lengua chaima.
D.
t. Dícese también.
Díaz. José A. Díaz, El agricultor venezolano.
Cara- cas, 1877.
E., EE. Estado
(federal), estados (en Venezuela). Ec. República del Ecuador.
Esp. España.
esp. Especie.
fam. Familia
botánica o zoológica.
Febr. C. Tulio Febres
Cordero, Historia de los Andes. Procedencia y lengua de los aborígenes. Mé- rida, 1921.
gal. Lengua galibi (caribe de Cayena).
Geog. Voz usada en
la nomenclatura geográfica de Venezuela.
Góm. F. López de Gómara, Historia general de las Indias.
Colección Rivadeneyra.
Gros. Dr. R. de Grosourdy, El médico botánico criollo.
París, 1864.
LISANDRO ALVARADO 17
Guat. República
de Guatemala.
Gum. R. P. José Gumilla, El Orinoco
Ilustrado. Bar-
celona, 1791 (2ª ed).
Herr. Antonio de Herrera, Décadas.
Madrid, 1726, 1601.
Hond. República
de Honduras.
i. e. Es decir (id est).
kal. Lengua
caliña (caribe de Surinam). kar. Lengua
caribi (caribe de Demerara).
maip. Lengua maipure.
Marac. Maracaibo (Venezuela).
Med. José D. Medrano, Apuntaciones para la crítica
sobre el lenguaje maracaibero. Maracaibo, 1883.
Méx. República de México. Nic. República
de Nicaragua.
o.
c. Obra citada.
Occ. Occidente de Venezuela (Zulia, Falcón, Lara,
Yaracúy).
Or. Oriente de Venezuela (Anzoátegui,
Sucre, Monagas, Margarita).
Ov. G. Fernández de Oviedo, Historia
general y natural de las Indias. Madrid,
1854-5.
pass. passim (varios
pasajes de un libro). peso esp. Peso específico.
Pic. Dr.
Gonzalo Picón Febres, Libro raro.
Cura- zao, 1912.
q. v. Véase esta voz (quod vide).
Ref., Reff. Referencia, referencias.
Riv. R.
P. Juan Rivero, Historia de las
misiones de los Llanos de Casanare y los ríos Orinoco y Meta. Bogotá,
1883.
Salv. República de El Salvador. Sin.,
Sinn. Sinónimo, sinónimos.
sp. Especie indeterminada de un género.
sp. pl. Varias especies determinadas del mismo género. tam. Lengua tamanaca.
Us. Voz
corriente o usada.
ú. t. Úsase también.
v. g. Verbigracia.
Venez. Estados Unidos de Venezuela
= Equivalencia de dos denominaciones.
* Antepuesto a una voz, indica
que está incluida en el diccionario académico.
|| Acepción diferente.
(?) Equivalencia
o concepto dudosos.
A
ABEJUCÁDO,
A. Sarmentoso. Aplícase a los
ve- getales que tienden a desarrollarse como los bejucos.
ACANO. Especie
de sapotácea. Véase HACANO, abajo. Sin. NÍSPERO (no Achras).
ACÁPRO. Tecoma serratifolia. Bignoniáceas. Árbol de 25 a 30 metros
de alto; hojas quinquefolias o
ternadas, opues- tas; foliolos ordinariamente aserrados, excepto
en la base; pecíolos de 5 a 6 cm; flores
amarillas. Acapro también lla- man la T. spectabilis, según Pittier (Manual, p. 94). Madera de corazón, oscura, muy compacta, con un peso específico de 1,25; radios medulares poco numerosos,
muy angostos; in- corruptible, propia para todo género de construcciones y de obras
de ebanistería, pero algo difícil
de labrar. Tronco
de 5 a 6 m y un diámetro
de 25 a 40 cm. El nombre
proviene quizá
del chaima acapra, arco. Sin. (en el Guárico) PÚI.
ACÁTA. Especie de árbol maderable. Ref. Cod., 118.
ACESÍVA. Zamia muricata (Zamia Leddigesii,
según Pittier). Cicadáceas. Planta de tallo redondeado, muy grueso,
que alcanza el volumen de una remolacha
gorda, cubierta de
escamas; hojas apicales
largas de 1 m o más, armadas
de nu- merosos aguijones, rectos
y cortos; pecíolos espinosos, fo- liolos
grandes, oblongo-lanceolados, acuminados, orillados en su mitad superior
de dientes duros y agudos;
cono mas- culino ovoideo, con escamas peludas, cono femenino con escamas
algodonosas ensanchadas y engrosadas en la pun- ta en forma de broquel exagonal. Habita
en Coro, Yaracuy,
Carabobo. Extráese del rizoma una sustancia harinosa que posee, a lo que dicen, propiedades venenosas cuando fresca,
y que desaparecen lavándola repetidas veces, o bien después de tostada. La fécula es
muy blanda y consta de granos de muy diferente
tamaño. D. t. CESIVA, que es voz
ayamán. Sin. Achivive,
en Coro.
ACO. Lonchocarpus punctatus. Leguminosas. Árbol de 10 a 15 m de altura, con hojas imparipinadas con 5 ó 7 hojue- las, opuestas,
oblongas, obtusas, traslúcido-punteadas, lam- piñas, brillantes por encima, con costilla saliente por debajo;
racimos terminales y axilares, cáliz lampiño. Hállase en Cumaná y florece
en setiembre. Madera casi toda de
cora- zón, fuerte y tenaz, prieta, con vetas más claras, que se con- serva bien debajo del agua. Peso esp.,
0,75. ||–MAJÓMO. Véase abajo ACURUTÚ, MAHOMO.
ACUCHAMÁDO.
«Abatido, entristecido,
melancólico, aplastado de espíritu y de cuerpo.» (Pic., 22).
ACÚPE. Bebida ligeramente fermentada de maíz. – «Se echa el maíz en remojo por tres o cuatro días hasta que se retoñe;
así
se muele y con un poco de dulce de cualquiera especie se deja fermentar.» (Díaz, I, 34). – «La alegría,
por la buena nueva, comenzaba a despertar
en las almas con los primeros
vasos del carato de acupe que
fermentaba en las tinajas.» (Urbaneja Achelpohl, El rodal de las higueras). – «Seme- jaban tablones de maíz retoñado,
preliminar del fermentado
acupe.» (Id., La bruja).
* ACÚRE. Nombre que se da a varios roedores subun- gulados de los géneros Cavia y Dasyprocta. El ACURE case- ro se llama propiamente ACURÍTO; el de las
sabanas, CURÍ; el montés, PICURE
(acure
de monte, Cod., 165). A
veces dicen a este último ACURE
simplemente; y en efecto ése es el nombre que tiene en varias lenguas
de la familia caribe. –
«Otra
especie hay de unos animales mayores que conejos:
la oreja pequeña y el pelo rojo y áspero, la llaman los in- dios Acuri, y es bueno de comer.» (Ruiz B., cap. I, 24).
||ACURE
QUE VIENE
Y MANIROTE QUE CAE. Caer como pedra- da en ojo de boticario.
ACURÍTO. Cavia cobaya. Pequeño
roedor, más o menos del
tamaño de una rata, de cráneo poco convexo,
huesos de la nariz cortados oblicuamente y el agujero
occipital oval. Pelaje
regular, lustroso; las
pintas son de tres colores, blan-
co, amarillo y negro, diversamente combinados, y es por lo
tanto desconocido en su forma salvaje
primitiva. Esta espe-
cie, conocida en los laboratorios de fisiología con el nombre
de conejillo de Indias, cochinillo
de Indias o cobayo, es, pues,
la doméstica. Del taíno
kori
o korik, lo mismo. Sinn. ACURI (Caul., I,
9),
CURÍ.
ACURUTÚ. Lonchocarpus
latifolius y L. violaceus. Legu- minosas. Especies de árboles,
cuya madera es muy pareci- da a la del ACO. Es de
un castaño rojizo o magenta, dura,
compacta,
muy pesada, de grano fino. (Ref. Gros, II, 383).
Cf. MUCURUTÚ.
* ACHIÓTE. Bixa orellana. ONÓTO.–«Qué arvejones aquellos tan gustosos, ahogados en manteca derretida jun- tamente con el rojizo achiote en la cazuela.» (Picón F., Fidelia,
223). Del azteca achiotl, lo mismo.
Pronúnciase de ordinario ACHÓTE, que es la forma
que trae Caulín.
Ref. Pocaterra, Tierra del sol amada, p. 179.
ACHIVÁRE.
Ficus dendrocida. Urticáceas. Especie de MATAPALO de hojas aovadas, redondeadas en el ápice y base, enterísimas,
subcoriáceo-rígidas, ásperas por ambas
caras; receptáculos axilares, solitarios o mellizos.
Crece en Barqui-
simeto, y su madera es de poca utilidad.
ACHIVIVE. Zamia leddigesii. Véase ACESIVA.
* ACHUCUTÁRSE.
Apocarse, acoquinarse,
abatirse, se- gún se entiende en la Cordillera. Derivado de
CHUCUTO. U. t. en
Col. En Hond. y Salv. ACHUCUYARSE. «Este verbo (dice Membreño)
puede provenir del azteca cocoya, enfermedad.»
ADOROTAR. Envolver en hojas apropiadas para el trans- porte
ciertos objetos, p. e. las panelas de
azúcar moreno (papelón). Us. en el Táchira.
ADORÓTE. Embalaje redondo o cuadrangular, hecho de mimbre y cordeles, para transportar diversos
objetos.–
«Enjutas y secas ya cabezas y carne
las rebuelve en unos emboltorios o adorotes de paja.» (Carv., 334). La voz se usa en Occ. tal como viene descrita por
el P. Simón. Sin. AGAJE. (Tauste, 117). ||–Se da también este nombre a una especie de zaranda redonda
que se cuelga del techo en las
cocinas para colocar alimentos u otros objetos
especiales. Ref. Febres C., Hist.
de los Andes, p. 117. Cf. MANARE,
adelante.
AGÁJE. Ver ADORÓTE. –«El que se
trasporta de los Llanos recibe esta condición en el agaje
o cajón en que se acomo- dan
para el carguío,
y es en lo que consiste
la celebridad de los quesos de mano llaneros.» (Díaz, II, 43). Voz usada en el Or.
Del ch. akache, lo mismo.
||Figuradamente, cabeza, mente, v.g.: ¿Qué lleva U. en el agaje?», ¿qué noticias
lle- va Ud.? ¿qué ha
averiguado?, Ref. Picón F., El Sargento Felipe, p. 21.
AGARÍCO. Especie de palmera de Guayana.
* AGUACÁTE.
Persea gratissima o
P. americana. Laurá- ceas. Árbol de 12 a 15 m de alto, muy conocido. También se designa así el fruto, que es una baya de forma y tamaño va- riables,
generalmente piriforme o en
forma de retorta, lus- trosa,
verde, amarillenta o moraduzca,
cuya carne es de color de
ante, oleosa y comestible; semilla globosa o elipsoidea,
enteramente libre, que sirve para
marcar lienzos, por el ta- nino que contiene. La voz se deriva del azteca aqhuahuitl
que designa el árbol, ya mencionado por Herrera, Fr. Simón y otros cronistas; pero la forma usual, más o menos modifi- cada,
existe en varios dialectos
caribes.
AGUACATICO.
Cordia globosa. Borragináceas. Especie de arbusto,
de flores blancas
en cabezuelas. Ref. Pittier,
98.
* AGUACATILLO.
Persea caerulea. Árbol de hojas al-
ternas, pecioladas, aovado-elípticas, obtusas,
enterísimas, más o menos
coriáceas, lampiñas arriba y abajo, sin estí- pulas;
panículas axilares pedunculadas, flores
pediceladas,
cáliz
séxfido, cano-pubescente por fuera; estambres férti- les 9, estériles 3, anteras cuatriloculares, pistilo
erecto. Florece en agosto. Madera útil para muebles; color blan- quecino, poca
dureza. ||–Árbol de hojas paripinadas, con unos 16 pares de pínulas; hojuelas
yuxtapuestas estrecha- mente. ||LAUREL AGUACATILLO. Phoebe sp. Árbol silvestre y
maderable. Nirgua, Montalbán.
AGUANTACANÓA. Socorro pasajero que alguien recibe
mientras realiza una obra dilatada. Alusión a la maniobra
de los pasadores de ganado en los ríos caudalosos de los Llanos.
AGUARAPADO. Dulzaino, escasamente endulzado, refi-
riéndose a un líquido. –«Ya la comida no es como a mí me
gusta —ni se toma café aguarapado—, que es como no irrita.» (Cabrera
M., La guerra, 312). ||–Del color del gua- rapo, esto es, amarillento; v. g. Ojos aguarapados.
AGUATÍRE. Sickingia erythroxylon. Rubiáceas.
AIMÁRA. Macrodon trahira. Anostomínidos. Pez teleós-
teo, cubierto de grandes escamas; mejillas con surcos subor- bitarios muy marcados; dientes palatinos desiguales, los externos muy largos y agudos;
aletas abdominales debajo de la dorsal; la dorsal adiposa
falta. Longitud, cosa de 1 metro.
Vive en el Orinoco y sus afluentes.
Carne exquisita, aunque muy
espinosa. El de la Guayana Inglesa
es una especie de Erythrinus. Voz aruaca.
En tupi, aimará; gal. aimara.
*
AJÍ. Capsicum sp. pl. Pimiento americano. Las especies de esta
planta son numerosas, y el fruto, que lleva el
pro- pio nombre, puede considerarse como el más legítimo con- dimento
nacional, cosa que ya observó el jesuita Acosta. Es además planta oficinal,
usada como descongestionante
local. El C. frutescens, uno de los más comunes, es una plan- ta fruticosa, de
tallo erguido y lampiño, ramos flexibles, ci- líndricos,
casi angulados, algo lampiños; hojas solitarias o apareadas, aovadas, acuminadas, enteras, lampiñas;
cáliz más o menos erguido, casi pentagonal, algo truncado, lam- piño;
baya roja o amarilla, aovada, oblonga,
obtusa, lisa, larga de 6 a 12 líneas.–«Ages o batatas
conficionadas o gui- sadas con aquella pimienta que, en lengua
desta Isla, se lla- maba
axi, la última sílaba aguda, y
en la mejicana chile, la primera sílaba luenga.» (Cas., V, 400; véase también: II, 206 y V, 304). Voz taína, mencionada ya en el 2º viaje de Colón y extensamente
conocida en Suramérica. El plural es AJÍES, no AJICES, como suelen
decir. La x con que al principio se es- cribía la voz debió de pronunciarse como ch francesa.
En la Pícara Justina, p. 95, hallamos agí, lo que indica que el fo-
nema cambió en g francesa
y al fin en g española, como hoy es. Ref. Ov., I, 275; Cast., Elegías, pass., Cod., 115, etcétera
||–CARIBE. C. frutescens. Especie de fruto rojo, largo y cónico, de sabor en extremo
acre, como su nombre
lo indica.–«Hay ají de diversos colores: verde, colorado y amarillo:
hay uno bravo, que llaman
caribe, que pica y muerde
reciamente.» (Acosta,
I, IV, c. 17). Este ají caribe del Perú, a que se refie-
re
el P. Acosta, debe ser el Capsicum
pubescens, R. & P. Sin. COROPACO, adelante ||–CORITO. Especie de fruto
corto, re- dondeado, menos acre que
el caribe. ||–CHIRÉL. Capsicum
baccatum. Ramos divaricados, flores blancas, baya
erguida, roja, globosa,
de 3 a 4 líneas
de diámetro. En car. chirére, en ch. cherer. El AJÍ
CHIREL PEQUEÑO es el C. minimum. ||–DULCE. Capsicum angulosum. ||–PAJARITO.
Escasamente picante, có- menlo diversos pájaros.
Sin. Ají de pajarito (Gilii, I, 299). En tam. toronó-poméiri, que quiere decir lo mismo. ||–PAPA- YÍTO. Especie indeterminada.
||–PIMIENTO. C. annuum. Especie
de fruto grande, rojo, apenas picante. ||QUIEN SE PI-
CA, AJÍ COME. Adaptación del refrán español: Quien se pica, ajos come. (Benavente, La malquerida, act. II, esc. 1ª).
AJICÉRO. Frasco o bocal que contiene
AJÍES en encurtido para
condimento.
* AJICERO, A. Relativo al ají, v. g. PARAULATA AJICERA.
ALATRIQUE. Cordia gerascanthus (?). Árbol maderable de unos 30 pies de alto, poco corpulento; hojas oblongo- lanceoladas o elíptico-oblongas, enteras, alampiñadas; pa- nojas extendidas, corola blanca hipocraterimorfa.
Crece en las regiones montañosas. Madera hermosa, no
muy pesada, pero bastante fuerte y elástica, de color gris verdoso
con vetas muy poco pronunciadas. Es uno de los principales materiales
de ebanistería en Venezuela. Del caribi alaturuka, lo mismo. Sin. PARDILLO.
Ref. Cod., 118.
ALCOYÚRE. Astrocaryum aculeatum. Palmera de tronco marrón oscuro, alto de poco más de 20 m, cubierto de fajas de espinas
negras, largas de 3 cm. –«Tiene un hermosísimo pe- nacho de hojas glaucas, pinadas, con hojuelas
dispuestas en espiral
y plateadas por el envés. El pecíolo,
también armado de espinas,
se dirige hacia arriba, lo que da a la hoja una po- sición casi vertical y a toda la palmera un aspecto de singular
rigidez. El espádice,
que nace en la base del pecíolo, se dirige
igualmente hacia arriba
y carga frutos aovados de un color anaranjado. Florece en agosto
y setiembre.» (Jahn,
Palmas, nº 116). Habita en el Bajo Orinoco
y en el Zulia.
AMAPÍTO. Variedad de maíz tempranero, alto de 1,50 m, que
en el Alto Llano fructifica a los 40 días. Mazorca
muy pequeña, grano
y corucho blancos o morados. Siémbranlo particularmente, por su rápido
crecimiento, para hacer
por agosto pan de maíz tierno (cachapas). Ref. Gilii, I, 196. En tam.
akmápi, en cum. amápo.
AMÁPO.
Lo mismo que AMAPITO. –«Del maíz hay seis
o siete especies y es de diversos colores; uno que llaman amapo da fruto a los cuarenta
días, es muy menudo y tie-
ne muy pequeña la mazorca,
y así no hacen pan de él sino
muy poco, que lo más lo comen asado antes que se endu-
rezca.» (Ruiz B., Conversión, cap. I, 10).
AMBÍR. Líquido que destilan las maromas de tabaco lla- mado cura negra. –«Observó
el uso que hacían de los ambi-
res, perfeccionó su elaboración y enseñó
a mezclar el urao.» (Cod., 135). –«Formadas así las madejas se hacen bolas que se ponen en calentura
hacinadas unas sobre otras y asentadas en
bateas o canoas para
recoger en ellas
el ambir que desti- lan.» (Díaz, I, 219). Vargas
Machuca y Simón citan la voz; mas la acepción
que le dan y la que tiene en Colombia
(Cuer- vo, 964) no son las mismas que en Venezuela. D. t. Ambil.
«Aficionado a las permutas,
suele hacerlas de todo: un asno por
otro; un caballo por un buey; una
vaca por seis u ocho arrobas de tabaco ambilado (que ambil se llama la esencia con que lo impregna)». D. Mendoza, El llanero, p. 34.
AMBIRAR.
Embadurnar con ambír el
tabaco de mascar.
–«La
garapiña es
una maroma mui delgada, ––mui
ambi- rada.» (Díaz, I, 220).
ANACÁO.
Esenbeckia
atata. Véase Atato.
Árbol que se cría en lugares
cálidos del Táchira.
Madera preciosa de co- lor
amarillo de ante (anacao amarillo) o pardo (anacao ne- gro), densa, dura,
compacta, algo astillosa, grano fino, con numerosos
círculos concéntricos.
*
ANAMÚ. Porophyllum ruderale. Compuestas. Yerba de hasta 4 pies de alto, de tallo
erecto con hojas pecioladas, elíptico-oblongas
o lanceolado-oblongas, acuminadas, casi
enterísimas, no punteadas, largas de 11/2 pulgadas; cabe- zuelas purpúreas, cilíndricas, elongadas; involucro con es- camas terminadas en punta callosa,
corola regularmente quinquedentada; aquenio espolonado, elongado, con un
penacho de pelo suave. Esta planta exhala un olor fuerte sui generis, debido
a un aceite esencial contenido
en glan- dulillas transparentes de las hojas y demás órganos,
y aun comunica a la leche de las vacas, cuando éstas la comen, un sabor
y olor desagradables. Usan la raíz en la medicina popular.
D. t. NAMÚ.
* ANÁNA. Ananasa sativa. Bromeliáceas. Planta ameri- cana a cuyo fruto dieron
los españoles el nombre de piña,
exclusivamente usado en Venezuela, pues anana o ananas es forma literaria.–«I el anánas
sazona su ambrosía.» (Bello, Silva…). Del car. nana, forma que aparece en el ga- libi y el chaima,
lo mismo que en el aruaco y el tupi: en es- ta
última lengua hay además la forma
actual anana. En guaraní, nana es
la planta y anana el fruto (a guturonasal).
ANÁUCO. Erythrina glauca. BUCARE, abajo.–«El bucare más propio
(para sombra) es el llamado
anauco.» (Díaz, I, 150.) Del tam. anako, lo mismo.
ANÍME. Oyedaea jahnii. Sinantéreas. Árboles propios de las montañas de Mérida y Trujillo. Hay un ANIME BLANCO, cuya flor es así, y
otro ANIME NEGRO, de flores amarillas. Crecen
hasta 8 y 10 m y su tronco alcanza a 16 cm de grosor. Madera dura y compacta,
usada en construcción. Cuando
jo- ven el árbol, es su médula como la del saúco, muy liviana, uniforme y de un blanco amarillento. De ella labran flores,
frutas, figurillas y otras curiosidades los naturales. Ernst sospechó que fuese
el anime una especie de montanaea
o de oyedaea. Jahn ha comprobado esta última clasificación.
También
llaman así en Mérida la Polymnia
eurylepis. Véase tara, adelante.
* ANIME. Protium
(Icica) sp. Árbol indeterminado espe-
cíficamente. Suponemos que en esta acepción se pronun-
cie ÁNIME, y sea por lo tanto voz española. Ref. Cod., 117.
* ANÓN.
Anona squamosa. Árbol muy frondoso,
de copa redonda,
alto de 15 a 25 pies, con hojas oblongas
u oblongo- lanceoladas, ásperas o bien lisas, no lustrosas y de un verde amarillento;
el fruto, que dicen también ANÓN, es areolado, liso,
amarillento con visos rojizos, de
carne blanco-amari- llenta,
muy blanda, azucarada, y dentro
de ella se alojan mu- chas semillas
negras. Reff. Cas., V, 316; Ov., I, 304; Cast.,
I, Eleg. XIV, cap. I. Casas escribe annona; Oviedo,
hanón
||–LISO. Anona glabra. Árbol de hojas
lanceolado-oblongas, acuminadas
agudas en la base, membranosas, lampiñas, pe- losillas debajo, punteadas; pedúnculos agregados,
unífloros, pétalos exteriores lanceados, aguzadillos; fruto liso. Florece
de junio a setiembre. Cumaná, Guayana,
etcétera –«Los otros (anones) q. llaman anones
lisos, son en la superficie parecidos a los peros o camuesas
de Europa ––y el árbol q. los produce
es en sus hojas y ramas parecido
al almendro.» (Caul., I,
4).
ANONCILLO. Rollinia multiflora. Anonáceas. Árbol sil- vestre de hasta 30 pies de alto, de tronco largo y recto; ma- dera liviana,
poco dura, de textura fibrosa, aunque bastante
compacta, de color gris oscuro, o de hoja muerta pálido; peso específico, 0,509. «Se usa esa madera en el Apure y en la Guayana para costillas de techo de
casas de campo, para lo cual es mui duradera; hemos hallado ese árbol con abundancia
en Guacáima, montañas del Caroní.» (Gros., 11,
377).
ANUÁNO.
Árbol indeterminado de Coro y
Yaracuy.
APAMATE. Tecoma (Tabebura) pentaphylla. Bignoniáceas. Árbol alto de 15 a 20 m, corpulento, ramoso, de tronco
recto; hojas largamente
pecioladas con 5 hojuelas elíptico-lanceo-
ladas, enteras, de limbo ondeado, puntiagudas o acuminadas, coriáceas, glabras; flores en corimbos
terminales, cáliz bi- partido, corola
grande, de color lila, con 5 divisiones esco- tadas todas menos la impar, achatada y blanca hacia la garganta y
en el tubo; 4 estambres perfectos y 1 abortivo;
fruto largo de 10 a 12 pulgadas.
Barquisimeto. Florece en di- ciembre. Madera propia para tablas
pero poco duradera. Se lo planta
en avenidas y paseos.–«Las sierras, iluminadas con sus reflejos,
aparecían besadas por la luz, besos anaranjados,
y arrebujadas en mantos
de apamates florecidos». (Urbaneja
A., Los abuelos). –«Mulatica
nacida en la sombra de los ca- fetales del Tuy, bajo los apamates
vestidos de rosadas cam- pánulas
vaporosas.» (Díaz R., Ídolos rotos, p. 164).–Voz
cumanagota. Ref. Cod., 118.
ARACITO.
Copaifera fissicuspis. Pittier. Leguminosas. Árbol de madera rosado-rojiza, fibrosa y fuerte,
que crece en las selvas del río Lora, al oeste del lago de Maracaibo.
ARAGUÁN. Árbol indeterminado de Lara y Falcón, cuya
madera, de un gris claro, pesada, con líneas de un gris más oscuro
a lo largo, es usada en la construcción civil.
ARAGUANÉY. Tecoma spectabilis. Bignoniáceas. Árbol frondoso,
alto de 20 a 25 m, de hojas opuestas, largamente pecioladas, compuestas de 5 a 6 hojuelas
elípticas o aova-
das, de un verde mate oscuro; flores precoces, amarillas. Madera de corazón, durísima, de un aceitunado oscuro, con peso específico de 1,25, propia
para la construcción civil.
B
Guárico. –«El araguanei de los alrededores de Caracas, con el cáliz fulvo-velloso, es el T. chrysantha.» (H. Pittier). «Se conocen cuatro clases, y el que más engruesa es el aragua- nei-amarillo: todas son de madera compacta y adecuada pa- ra máquinas, obras de torno y todas las que se exponen a la humedad.» (Cod., 109). Es el aravenéi de Caulín (Hist., III, 5); en car. arábone.
ARAGUÁTA. Especie de abeja peluda, de color del mono así llamado, que en los huecos de los árboles fabrica pana- les abundantes en miel. Hállase en la región de los mori- chales (Guárico, Barcelona, Guayana). Sin. BOCAVIEJA.
ARAGUATAL. Sitio poblado de ARAGUATOS (árboles).
* ARAGUÁTO. Mycetes seniculus. Mono platirrino de ca- beza redonda, ojos apartados, sacos laríngeos subepiglóticos, hioides en forma de tambor y cola prehensil. Pelaje rojo par- dusco con un viso amarillento casi uniforme, siendo más os- curo el pelo de la espesa barba que cubre los lados de su rostro y cuello. Mide unos 150 cm de largo (inclusive 70 de cola). Su área de difusión es muy extensa: vive en los bosques en manadas más o menos numerosas y durante el día se le ve en los árboles más elevados. Humboldt, Schomburgk y Hensel han descrito los conciertos que dan estos animales en las sel- vas y el patriarcado que ejerce entre ellos un macho anciano, que es también como el maestro de coro: su aullido recuerda en ocasiones el gruñido del cerdo cuando se le sujeta y mo- lesta. Ya Azara observó que a veces se encuentran cadáveres de ellos medio podridos en algún árbol, colgando de la cola; su muerte espontánea en tales casos se atribuye en Venezuela a una tripanosomiasis (DERRENGADERA). Los curanderos acon- sejan usar el hioides como vaso de beber agua para combatir con ello el asma a semejanza de los negros cimarrones del
Maroní, que pretenden curar así la tartamudez, según Crevaux. Cómenlo asado los naturales y aun los colonos en el Alto Orinoco, a falta de otra carne. Hay otra especie en el país, el M. ursinus. Hase afirmado que la especie descrita por Gumilla es el M. stramineus; pero Boitard sugiere que ésta será acaso la forma juvenil del caraya (M. caraya): Schom- burgk, en efecto, observa que no hay especie que varíe tanto como ésta en su pelaje. Del car. arábata o aráuata; cum. araguata, que con escasas permutaciones se halla en casi todos los dialectos caribes. Sinn. arauata (Herrera), ara- bata (Gumilla), aranata (Gómara). «El aranata de los cu- maneses (dice éste) es del tamaño del galgo, hechura de hombre en boca, pies y manos, tiene honrado gesto y la barba de un cabrón.» Creo, con todo, que aquí hubo un error de copia, tomando la u por la n. ||–Ficus velutina. Urticáceas. Árbol de hojas estipuladas, alternas, trasovado- oblongas, escasamente acuminadas, enterísimas, coriáceas, herrumbroso-tomentosas en el envés; flores masculinas de cáliz tripartido; femeninas con el mismo quinquepartido; 3 estambres; pistilo rudimentario, lateral; estigmas 2, ovario único, receptáculo axilar, mellizo, sentado, globoso, apenas herrumbroso-tomentoso. Crece cerca de Caracas. Útil por su madera. Sin. HIGUERÓN. Ref. Cod., 118. ||–Calycophyllum candidissimum. Rubiáceas. Árbol bastante elevado, de tronco recto y no muy frondoso. Suministra una madera de color castaño exteriormente y del aspecto del guatacaro, fuerte, elástica e incorruptible, usada en vigas para techumbre. Crece en el Bajo Llano. Ver BETÚ. ||–Son popular, sencillísi- mo, que tiene por motivo el animal arriba citado. ||–El sol de los araguatos: el sol poniente.
ARAGURE. Cierto árbol maderable de Mérida.
ARAQUE. Socratea fusca. Palmera de las selvas de la Cor- dillera costanera que suele encontrarse, siempre aislada, en- tre 1.000 y 3.000 m sobre el nivel del mar. Crece hasta 30 m de altura. Tronco cilíndrico en la palma adulta, dilatado en su parte media en las de menor edad, marcado con nume- rosos anillos y estribado hasta 2 m de su base con muchas raíces aéreas; echa 5 ó 6 hojas de 4 m de largo, con pecíolos abrazadores, pinatisectas, con segmentos alternos a cada lado, en número de 25 a 30, divididos a su vez en tiras li- neales, de 6 a 10, de como un metro de largo, ensanchadas hacia el extremo, que está como roído; fruto carnoso, esfé- rico casi, con una semilla lisa, morena, veteada de amarillo, del grosor de una nuez moscada. Madera útil en ebanistería para embutido. La región en que habita esta palmera impi- de suponer que sea el araku de los antiguos parecas, cuya madera usaban éstos en la construcción de PATUCOS (véase esta voz abajo). Ernst propone una etimología guaraní para la voz. Reff. Gilii, Ensayo, t. I, p. 173; Ernst, Observaciones acerca de algunas palmeras, XI.
ARÁRA. Árbol de construcción. Guayana.
* ARCABÚCO. Boscaje, lugar montuoso, montarral.
«Lugar fragoso y lleno de maleza.» (Salvá). Monte espeso de árboles altos o bajos (Fr. Simón). – «Tal fué la turbación del avenida | Que por aquellos altos precipicios | Al llano se venía despeñado, | Sacando la quebrada de su curso, | Y ocupando sus aguas por gran trecho | Aquellos arcabucos más cercanos.» (Cast., N. R. de Gran., canto X. Ver también Eleg. XI, c. 4º etcétera) Voz taína, muy usada por los anti- guos cronistas de Indias, pero hoy sólo literariamente. Gra- nada cita un pasaje de Góngora: «Esparcidos imagina | Por el fragoso arcabuco.» Ref. Ov., I, 183.
* ARCABUCOSO, A. Montuoso, agreste. –«Las tierras por la mayor parte son montuosas, que solemos decir ar- cabucosas.» (Aguado, I, 57).
*ARÉPA. Pan de maíz en forma de torta.–«Con tres de és- tas (fanegas) puede comer una persona durante un año, a ra- zón de cuatro arepas o panes diarios de media libra cada uno.» (Cod., 129). Voz ya mencionada por Acosta (IV, 26): los modernos mexicanos llámanla tortilla. En varias lenguas caribes se encuentran inflexiones afines de aquella voz en el sentido de maíz, casabe, banano, alimento, pan. AREPA TUMBA-BUDARE: Arepa de grandes dimensiones, cual sue- len hacerla en los campos. ||EL CALLEJÓN DE LAS AREPAS: el tragadero, el pasapán. ||GANAR LA AREPA: ganar el pan.
AREPERO, A. Ganapán, zampatortas.–«Me llaman pas- telero, tránsfuga, vividor, arepero, camaleón, brinca-la-cin- ta, soplón y otros tantos calificativos hirientes.» (Tosta G., Partidos en facha, 63).
* AREPITA. Diminutivo de AREPA. ||–Especie de fruta de sartén en forma de pequeño disco, hecha de masa de maíz y azúcar moreno. –«Los jugadores improvisan sus tareas, levántanse tenderetes de quita y pon, de donde se despren- de el penetrante olor del pescado frito, de las arepitas y de- más frutas de sartén.» (J. J. Churión, La peregrinación).
||–En plural designa un juego de niños que ejecutan arro- jando de soslayo guijarros de modo que pasen rozando la superficie del agua. Cabrillas (Salvá). ||HACER AREPITAS. Ademán de los niños de corta edad cuando aparentan pal- motear, como si imitaran a la «tendedora» de AREPAS dán- dole forma a éstas antes de cocerlas.
ARÉTO. Festividad indiana. (Carv., 156). –«A este baile (el mazeualiztli de los Aztecas) llaman los españoles arei- to, que es vocablo de las islas de Cuba y Santo Domingo.» (Góm., Méx., I, 239). Del taíno areito, canto solemne, fes- tivo; en car. abaretái cantar. Voz sólo literaria en Venez. Véase una cita en la palabra JICRITO, adelante.
ARICAGUÁ. Jessenia repanda. Especie de palmera, cu- yas frutas, majadas, producen una especie de emulsión le- chosa, alimenticia. Crece en Encontrados, Uracá, Perijá (A. Jahn). Voz motilona. Sinn. Palma de leche, Palma Zamora.
ARÍGUA. Especie de abeja silvestre.
ARIPÍNO. Árbol indeterminado de Coro.
ARÍPO. Ver BUDARE. Voz chaima, usada aún en el Oriente. Ref. Tauste, 82, 126; haripo, en Relac. de la conq. de N. Córd., 1569.
ARITIBÁL. Véase ARITIBÁRE.
ARITIBÁRE. Ipomoea sp. Convolvuláceas. Planta de ta- llos largos, volubles; hojas simples, enteras, acorazonadas, acuminadas, a veces escotadas en la base, aquilladas, algo tomentosas, con 7 pares de venas prominentes por debajo, lo mismo que la costilla, largamente pecioladas, estipuladas; flores axilares o en racimos pedunculados, cáliz rudimenta- rio, 5-sépalos; corola infundibuliforme, 5-lobular, rosada o lila, violácea en el fondo del tubo, que está ensanchado ha- cia su inserción; 2 estambres tan largos cuanto el tubo, y 3 más cortos casi tan largos como el estilo; fruto capsular, 4-locular, piramidal, con 4 semillas, fuliginosas, alargadas. Florece en enero. Hojas generalmente sembradas de pequeñas
excrecencias patológicas. Muy común en las regiones cá- lidas de Occidente. D. t. ARITIBÁL. Sinn. CAMPANILLA o CAMPANUELA.
* ARRACÁCHA. Arracacha esculenta. ARRECATE.– «Ella me supo a pepino, | a una alcachofa en lo blanda, | en lo agudo a una challota, | y en lo picante a arracacha.» (Delgado Correa, El Mosaico, p. 286). Del quichua raca- cha, lo mismo.
ARRACACHO. Especie de árbol maderable, propio para ebanistería. Táchira.
ARRACÁI. Árbol tintóreo de Guayana. Aracái puede ser la correcta ortografía.
ARRÁU. Podocnemys expansa. Emidos. «Tortuga de agua dulce de gran tamaño, con pies palmados y cabeza mui aplanada; debajo de la barba tiene dos apéndices carnosos mui puntiagudos; 5 dedos en las extremidades anteriores y 4 en las posteriores, con surcos en la parte inferior. El es- paldar consta de 5 placas en el centro, 8 laterales y 24 mar- ginales; es gris oscuro, casi negro en la parte superior y anaranjado en la inferior; los pies, que son largos, tienen igual color. Entre los ojos hai un surco profundo; las uñas son mui fuertes y corvas; el ano está situado en el último 5º de la cola. El animal en todo su desarrollo pesa de 40 a 50 libras. Sus huevos, mucho mayores que los de la palo- ma, tienen una cáscara calcárea, y son tan duros que los chicos de los otomacos, mui aficionados al juego de pelota, se sirven de ellos para este objeto.» (Humboldt). Longitud total 80 cm., coraza 50. Habita en el Orinoco inferior, desde las grandes cataratas, y es conocida por la «cosecha» de hue- vos que anualmente se recogía en la Playa de la Manteca, de
marzo a abril. La Cruz del Sur enderezada indicaba la ho- ra precisa del desove. La pronunciación ARÁU indicada por Codazzi (Geog., 214) es la más propia; pero la otra es la que se usa: arau es voz maipure, según Gilii y Caulín.
ARRACÁTE. Arracacha esculenta. Planta llamada más co- múnmente APIO entre nosotros, lo mismo que su rizoma, nombre que le dieron los colonizadores por cierta semejan- za de aquélla con el apio europeo. Sin. arracacha (Simón).
ARÚCO. Palamedea cornuta. Alectóridas. Ave zancuda de cabeza pequeña y pico recto más corto que la cabeza; un cuerno delgado de 10 a 15 cm va adherido a la piel de la frente; tarsos gruesos, reticulados; dedos externos y me- dio reunidos por una membrana, y el posterior, articulado al nivel de los anteriores, es largo y tiene una uña recta; alas grandes, con dos fuertes espolones en la muñeca; cola con 12 pennas. Plumaje de la cabeza y cuello aterciopelado. Color general gris o pardo; vientre y rabadilla blancos; ojos anaranjados, punta del pico blanquecina. Mide 80 cm de largo; brazas 202; cola 29. Frecuenta lugares pantanosos del Zulia y de los Llanos y entra en el agua como las garzas; vuelo corto, no muy alto; anida en los aguazales y anda con la cabeza erguida. Su alimentación es vegetal, paciendo la yerba como los patos. Su carne es fofa, no comestible. Es domesticable y guarda una aversión natural a los perros. De noche sobre todo hace oír su canto que se asemeja al ruido de una voz muy fuerte. (Cod., 202). Su nombre pro- viene, según Ernst, del guaraní.
ASPÁI. Myrodia turbinata. Myrodia guaianensis (Seg. Pi- ttier). Bombicáceas. Árbol de hasta 50 pies de altura de ramos muy derechos; hojas simples, alternas, cortamente pecioladas, enteras, lampiñas, con dos estípulas muy pequeñas; flores
arracimadas, blancas; cáliz dentado u operculado, ovoideo o en suma apeonzado; fruto leñoso y al par semicoriáceo, indehiscente. Madera floja, liviana, de color ceniciento, de grano fino, usada en ebanistería. Críase en Cumaná, Ma- turín, Guayana.
ASYÁGUA. Médula del MAGUÉI y del ISTÚ, cuando tiernos, usada en Mérida bajo la forma de encurtido. Ref. Pic., 38.
ATAPÁIMO. Plumiera alba. Árbol cultivado a causa de sus grandes flores blancas. –«Quedó un arbolito que los mora- dores llamaban atapaimo o mapola (Plumiera bicolor), tan conocido en Caracas.» (A. Rojas, Obras escogidas, 416). Sin. FLORIPONDIO. La especie de flores encarnadas (P. rubra) nombran AMAPOLA. En Barquisimeto pronuncian TAMÁIBA, en Cuba atabáiba, en Puerto Rico tabáiba o tapáiba. Es quizá voz cubana y se usa en el Bajo Llano. Según Leopoldo de Buch, la tabayba dulce de las Canarias es la Euphorbia balsamifera. Ref. Gros., II, 394.
ATÁTA. Esenbeckia atata. Pittier. Rutáceas. Árbol de cor- teza algo rugosa, como tuberculosa. Su madera presenta una textura y color uniformes en su albura y corazón; es sólida, compacta, pesada, de grano fino y color amarillo de ante. El árbol crece en Carabobo.–«Prospera en el litoral y es de buen porte: madera finísima, dura y pesada, de color amarillo mui claro, y una de las más propias para obras de embutido y ebanistería de lujo.» (Ernst, Exp., 182).
* ATOL. Bebida preparada con sustancias feculentas de varia procedencia reducidas a un cocimiento más o menos espeso y endulzado. Del azteca atolli (atulli: Góm., Méx.,
228) que era el atol de maíz de los antiguos mexicanos; en- tre nosotros, MAZAMORRA. La Academia Española prefiere
la forma atole, desusada aquí, donde apocopamos, como en Guatemala y Cuba, esa voz.
* AURA. Cathartes atratus. ZAMURO. –«Las auras o galli- nazas son del género de cuervos» (Herrera). Esta voz es inusitada en Venezuela. Ref. Ac., IV, 37.
AURÉRO. Cereus sp. Cierto cirio o cardón del Oriente y su fruto, que es verde como la lefaria y redondo como el dato.
–«En la costa de la Tierra Firme, en la provincia de Araya, cerca de la isla de Cubagua, hay una fructa que llaman ago- reros, que nasce en unos cardones.» (Ov., I, 357). En caribe antillano, aculeru. (Rochefort). Cf. YACURERO, abajo.
AUYÁMA. Cucurbita sp. pl. Calabacera bien conocida y el fruto que produce. –«Descubrimos auyamas y frisoles, ra- zonable manjar aunque liviano.» (Cast., Cabo de la Vela, oct. 80: Véase también Elog., de Rojas, 4º). Voz cum. que Ruiz Blanco traslada «calabaza». Agyama, que hallamos en la Relación de la conquista de Nueva Córdoba (1569), parece ser la misma voz deletreada entonces: agya-ma. D. t. huyá- ma (Caulín, I, 4) y antes ayuyáma (Carvajal). Formas análo- gas se hallan en muchas lenguas caribes y varias maipures.
AUYAMÁL. Plantación de auyámas.–«Entre aquellos ris- cos, como una verde alfombra leonada, extendía un auya- mal aquella parcialidad quiriquire.» (Urbaneja A., Los abuelos).
AUYÁMO. Árbol del estado Lara que parece ser no muy alto y deber su nombre al color de su madera. Ésta es li- viana, de un amarillo grisáceo de ocre claro, cuando vieja.
B
BÁBA. Jacare punctulata. Saurios de la familia de los aligatóridos, caracterizados por un hocico ancho, por unas fosetas en el maxilar superior donde se alojan los cani- nos del inferior, y por una membrana interdigital mediana o rudimentaria. Las babas son más pequeñas que el caimán y permanecen más que éste fuera del agua. Son muy co- munes en todos los Llanos y en Guayana, no atacan al hom- bre, y la carne de la cola es, a lo que se dice, muy gustosa.
–«Hay otro Animal de la misma figura (que el caimán), aunque mucho más pequeño, que los Indios llaman Baba: No es carnicero, sólo se mantiene de Peces. Yo he comido su car- ne, es muy blanca y gustosa.» (Cisn., 43). –«Hay babas en el lago de Valencia, a 516 varas sobre el nivel del mar.» (Cod., 216). Sin. bamba (Herrera, Décadas, IV, cap. 14); babilla (Carv., 205; Rivero, 8; Gum., II, 227). Gilii (I, 92) da el nom- bre italianizado de baviglia, lo que presupone haber prevale- cido antes babilla y no baba en Barinas y en Colombia. En el
Magdalena dicen hoy babilla; pero tal denominación, que asegura Gilii ser voz indígena adoptada por los españoles, no se usa ahora en Venezuela. LAS BABAS es voz geográfica.
||RABO DE BABA. Cierta planta acuática de Apure.
BACÁCO. Cotinga pompadora. Pájaro de un color púrpu- ra lustroso y brillante; remeras blancas con puntas pardas; coberteras inferiores blancas; pico pardo oscuro; sendas ra- yas blanquecinas salen de la base de éste y pasan por de- bajo de los ojos; pies negruzcos. Hállase este pájaro vistoso en el Alto Orinoco. Montolieu, en su Viaje al Inírida parece describir variedades, o especies distintas, de color de vino o azul que habitan en Rionegro. Bacacú o bacacó es una voz tupi con que designan en el Alto Amazonas la misma ave, según Natterer, reservando la de bacacuna para la C. lamellipennis. Sin. VINO TINTO.
BACÚ. Cariniana pyriformis. Lecitidáceas. Árbol de has- ta 50 m de alto, con hojas pequeñas, ovales o elípticas; flo- res blancas en panículas; pixidio piriforme con opérculo aplanado o deprimido. Madera fuerte, de corazón rojizo y albura blanca, usada en la construcción civil. Crece en el Zulia y florece en diciembre.
* BACHÁCO. Atta sexdens (=Oecodoma sexdentata). Formícidos. Insecto de color rojizo, de incansable activi- dad, notable por la inteligente organización de sus nume- rosas colonias, que son una continua amenaza para las plantaciones, jardines y edificios. La especie arriba citada es análoga a la Oe. cephalotes, o sea la sauba del Brasil, y de idénticas costumbres. –«Se alimentan los bachacos de materias animales y vegetales y muchas veces destruyen la ropa que encuentran en las habitaciones.» (Cod., 229). El gran bachaco alado que aparece a veces en número consi-
derable en el valle de Caracas es la Pachycondyla rostrata, que en ocasiones mide de 17 a 20 mm de largo. La voz procede, según Rojas, del tam. chiauco. Sin. GUACHACO. (Tauste). –«La gente campesina del estado Mérida no pronuncia hoi (1912) bachaco, ni tampoco guachaco, sino uachaco.» (Pic., 41).
||–CULÓN. Grande hormiga del Alto Orinoco, de abdomen grueso y mantecoso.–«Los indios de Río Negro comen el bachaco que se denomina culón». (Cod., 229). ||–ROYÓN. Véase ROYÓN en los Glosarios del bajo español. ||–HUEVOS DE BACHACO. Llaman así en el Zulia las cápsulas de las lar- vas de la Porphyrophora margarodes, cóccido que se nutre de la savia de raíces de plantas en terrenos arenoso-margosos favorables. (Ernst, La Exp., 359). || PARA BACHACO, CHIVO: a la zorra, candilazo. Cf. CHIVATO, en Glosarios del bajo español.
BACHAQUÉRO. Nido de bachacos. Consisten en galerías subterráneas, a veces de grande extensión, abiertas de prefe- rencia en terrenos arcillosos, duros, de un color rojizo, en ar- monía con el que tienen los insectos. Cerca de la abertura se hallan éstos durante la estación lluviosa. «En vez de una ma- driguera de vagabundos y de haraganes, es un bachaquero de trabajadores.» Maldonado, Tierra nuestra, p. 427. Voz geog.
||–Adjetivado, denota cosa perteneciente a los tales insectos,
v.g. CULEBRA BACHAQUERA (Amphisbaena sp.), reptil que vive de ordinario en los BACHAQUEROS. Sin. CATACÓA.
BACHÚRE. Maneto, patituerto. Us. en Coro.
BAITÓA. Phyllostylon brasiliensis. Ulmáceas. Árbol de construcción del Zulia. El nombre es comercial en Vene- zuela. Sin. Membrillo. Reff. Bachiller, 210; Pittier, 297.
* BAJARÉQUE. Véase PAJARÉQUE, abajo.
BAJUMO. Xylopia sp. Árbol de construcción de Trujillo. Madera compacta de grano fino, con círculos concéntricos perceptibles; color amarillo claro. D. t. Bufumo.
BALATÁ. Mimusops balata (?). Sapotáceas. Árbol muy elevado, cuyo tronco alcanza unos cien pies de alto con un diámetro de tres y más; hojas alternas, enteras, aovado- oblongas; prefloración imbricada; pedicelos axilares, cáliz con 6 a 8 divisiones, corola con 18 a 24, blanca; estambres insertos, fértiles y estériles; estilo cilíndrico, ovario libre, baya oliviforme, comestible, con albumen carnoso; semi- lla aovada. El látex del árbol, coagulado, constituye la go- ma elástica llamada BALATÁ. Madera excelente, de color almagrado, sólida, dura, pesada (peso esp. 1,05), de grano fino, de contextura fibrosa, susceptible de un hermoso pu- limento. (Gros., II, 354). Del caribe bálata lo mismo.
* BANÁNO. Musa paradisiaca. Ver PLÁTANO, que es la voz usual, pues banano es literario o poético.–«I para tí el banano | desmaya al peso de su dulce carga.» (Bello, Silva). Examinados los nombres de la planta en muchas lenguas americanas, resulta que aquéllos son corrupción de plátano; a que se agrega, como observa A. Rojas, que según nos in- forma Cristóbal de Acosta, en Malabar se conocía la planta con el nombre de palan y en Guinea con el de bananas, «Ár- bol conocido de los Portugueses desde remotas épocas». (Véase: Ernst, Observaciones sobre la historia del banano en América, en El Cojo Ilustrado, nº 28, 29. Caracas, 1893).
||–CHINO. Musa sp. Ver CAMBUR PIGMEO, abajo.
BAPORÓN. –«Éste es un calabazo en que traen los indios (de Maracaibo) cierta manera de cal, para quitar la hambre, chupándola.» (Ov., II, 286, 294). Se halla también baperon, quizá errata. Voz dudosa u obsoleta, a lo que presumo.
POPORO llaman hoy tal calabazo en Maracaibo, y así le de- signan Castellanos y Fr. Simón.
* BAQUIÁNO. –«Práctico de los caminos, trochas y atajos de algún paraje: es general en toda la América» (Alcedo). Ya Herrera alude a «los Castellanos Visoños que en las Indias llaman Chapetones, i a los Pláticos, Vaquianos». (Déc., V, 13). Vargas Machuca (Apol. y disc. etcétera) escribe baquiano, Castellanos deletrea ba-qui-á-no en sus Elegías y en la His- toria del Nuevo Reino (c. 13º y 23º, por ejemplo) y Fray Simón trae vaquiano (edición de Cuenca, según observa Cuervo), mientras que Alcedo y Azara, es decir, los escrito- res más modernos escriben, tal vez por eufemismo, baqueano, como alguno suele decir hoy. He aquí dos pasajes de Azara, citados por Granada. –«No es menos admirable el tino con que los prácticos vaqueanos conducen al paraje que se les pide por terrenos horizontales, sin caminos, sin árboles, sin señales ni aguja marítima, aunque disten cincuenta y más le- guas.» (Apuntamientos etcétera) –«Aunque queríamos mar- char esta tarde, no quiso el práctico o baqueano, porque el estero que debíamos cortar no permitía andar de noche.» (Viajes etcétera) ||–Usado como adjetivo, equivale a diestro, experimentado. –«Le daré una mula mui baquiana de este camino.» «En robar maíz son los monos mui baquianos.»
* BÁQUIRA. Desígnanse con este nombre dos o tres es- pecies de puercos monteses del género Dicótyles, que pue- den ser contados como los jabalíes del Nuevo Mundo. Tienen una trompa corta, orejas pequeñas, 4 dedos en las patas anteriores, 3 a menudo en las posteriores, una glán- dula sacral media, poca o ninguna cola: fórmula dentaria
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2 • 1 • 6 = 38
, caninos no salientes. El D. labiatus
es el PÍNQUE; el D. torquatus es el
CHÁCHARO. Véanse estas voces, Gum., I, 294. –«Se lamentan
presas de su odio como la boa que asfixia y extrangula a un báquiro.» (Urbaneja A., Los abuelos). Báquira (váquira, Cod., 168) es voz cumanagota; en car. pakira. Pecarí es otra forma de la voz no usada aquí. D. t. BÁQUIRO. Reff. Ov., I, 409; Cast., Eleg.; Carv., 189.
BARABARA. Clavija ornata, C. macrocarpa. Mirsiná- ceas. Árbol de Coro. –«Madera dura y pesada, semejante a la de las especies de Jacquinia; se conoce fácilmente por los grandes radios medulares que son muy notables en la sección transversal. Los anillos leñosos son muy anchos, algo ondeados y de color más claro que el tejido interme- dio, resultando de estas condiciones un número considera- ble de grandes mallas en la sección longitudinal (pintado de gusanillos, como se dice en España). Sería sin duda una ma- dera preciosa de ebanistería, si los troncos tuvieran mayores dimensiones: el más grueso que hemos visto, no tenía sino un decímetro de diámetro. Se llama también Olivo.» (Ernst, La Exp., 197). Sin. SANCRISTÓBAL o PEPITA DE SANCRIS- TÓBAL. Cf. BARUBÁRU.
* BARBACÓA. Voz que designa varios artefactos en for- ma de tribuna, tablado o sobrado, según las acepciones si- guientes. ||–1. Zarzo en forma de artesa elevado sobre el suelo por medio de horquillas y lleno de tierra fértil para cul- tivar hortalizas en viviendas rústicas que carecen de cercado o de separación conveniente para animales domésticos. –«Los pollitos venían a su falda: cuidaba flores en las barbacoas del patio.» (Pocaterra, Soledad). Sin. TROJA. ||–2. Algofra, des- ván o boardilla en lo alto de una casa de campo o cabaña, donde se guardan granos o frutos, exponiéndolos según convenga al humo del hogar para precaverlos del gorgojo.
–«También lo conservan con humo (el maíz cariaco) hasta un año, y más tiempo, encerrado en sus trojes que llaman
barbacoas.» (Caul., I, 4). Sin. TROJA. Reff. Federmann, p. 113; Ov., I, 561, 563, 564. ||–3. Andamio o mirador construido en una sementera para atisbar desde lejos los animales dañinos.
–«Cuando está bien crescido (el maíz) es menester ponerle guarda en lo qual los indios ocupan los muchachos, y a este respecto los hacen estar encima de los árboles y de andamios que les hacen de madera e cañas e cubiertos, como ramadas, por el sol e el agua, e a estos andamios llaman barbacoas, e desde la barbacoa están continuamente dando voces, oxeando los papagayos e otras aves.» (Ov., I, 266). Sin. TROJA, y véase GUAREAR. ||–4. Especie de palafita o habitación lacustre de los indígenas del Zulia. –«I debajo de cada barbacoa | saltan los peces en brillante fuga.» (U. Pérez, Ranchería de Santa Rosa). Ref. Cast., 1, Eleg. XII, c. 3º y 2º pte., introd. ||–5. Género de cama o lecho, de hechura de zarzo, construido con cañas. Reff. Ov., III, 131, 630; Cast., N. R. de Gran., I, 182; Herr., Déc., IV, 8, 5; Humb., Viaje, IV, 17. ||–6. Zarzo a mo- do de parrilla o de pabellón de fusiles para asar o desecar car- ne «a la llanera» o en vivaque.–«Son unas estacas hincadas en tierra del altor que les parece, encima de las cuales hacen un cañizo algo ralo de varas que llaman barbacoa; y allí po- nen la carne a asar y mucha candela debajo.» (Aguado, I, 241). –«Asan la carne sobre unos palos que ponen a manera de trébedes o parrillas en hueco (que ellos llaman barba- coas) e la lumbre debajo.» (Ov., III, 136 et pass.) Sin. TROJA.
||–7. Hornillo excavado en un suelo horizontal. En esta acep-
ción, que puede verse en la obra de Riva Palacio, Méjico al través de los siglos (t. II, p. 108), pasa a ser en cierto modo forma adverbial, cuando dice aquel sabio, refiriéndose al epi- sodio de la expedición de Cortés a las Hibueras, contado por Bernal Díaz: «les asaron en barbacoa, que son hornos he- chos debajo de la tierra.» Éstas son bien las barbacoas de los aztecas, que creo no se usan en Venezuela sino por los ca- zadores, y no con tal nombre. Cuando los antiguos cronistas
emplean la frase «asar en barbacoa», se refieren de ordina- rio a la 6ª acepción de la voz. Así Aguado: «Asiendo dél lo mataron y despedazaron muy liberalmente y asaron en bar- bacoa para su sustento.» (Hist., I, 68); y Carvajal: «Para leuarlos los assa em barbacoa.» (Descubrim., p. 334).
–BARBACOA es voz taína, bien que Armas cree que proviene del árabe. (Orígenes, p. 47). Véase por lo demás el Diccio- nario etimológico de Diez, en la voz «barbacana». Aunque el vocablo era antes muy usado entre nosotros, según lee- mos en viejos documentos, es hoy casi obsoleto o bastante circunscrito en su uso. Dos poblaciones de Venezuela llevan el nombre de Barbacoas (en plural).
BARBACÓA. Tephrosia cinerea. Leguminosas. Planta usada para pescar. En este sentido ha de ser la voz corrup- ción de BARBASCO o VARBASCO.
BARIMÍSO. Celtis aculeata. Véase GUACHARAGUERO. Arbusto de Lara, Coro y Zulia. El del primero de estos es- tados es de ramas sarmentosas, armadas de fuertes púas, y las frutillas que produce son comestibles. Su madera carece de aplicación.
BARINÉS. Viento tempestuoso del oeste (para navegantes del Orinoco y Apure) es decir, de la parte de Barinas. –«El viento del O. conocido en esta región con el nombre de “Ba- rinés” cuando sopla en época de verano (estación de la se- quía) es indicio de formación de lluvia o aproximación del fenómeno; y cuando sopla en época de invierno (estación de las lluvias) es lluvia segura a las pocas horas.» (Ernesto Sifontes, en V.V. Maldonado, Estado Bolívar, p. 185). –«El viento conocido en Guayana con el nombre de “Barinés” no es sólo el de dirección O., pues también llaman así el SSW, el NNW, el WSW.» (Ib., ib).
BARIQUÍ. Especie de planta sarmentosa tintórea de Occ.
D. t. BARQUÍS. ||–Tinte de óxido de hierro, que usaban o usan para pintarse los indios ayamanes.
BARISÍGUA. Árbol indeterminado de Coro y Zulia.
BARQUÍS. Véase BARIQUÍ. –«Los Indios Gentiles quaxan una especie de Tinta, llaman Barquis, es encarnada obscu- ra, y los Pintores la usan para sombras.» (Cisn., 23).
BARUBÁRU. Especie de palmera de Guayana, de cuyas hojas fabrican esteras los indígenas. BAROBÁRO.
* BATÁTA. Ipomoea batatas. Convolvuláceas. Planta vi- vaz, de tallo trepador o rastrero; hojas largamente pecio- ladas, angulosas, ordinariamente deltoideas; pedúnculos axilares, ramosos, más largos que las hojas; corola larga de 5 cm de un púrpura claro; raíz tuberosa, comestible. Esta planta es originaria del Asia ecuatorial. Sus tubérculos, nombrados también BATÁTAS, son alargados, violáceos por dentro, o amarillos, o bien blancos y de un sabor dulzaino. Martyr, Gómara y Castellanos mencionan esta raíz (Hist. del N. R. de Gran., II, 227, 229, 238, etcétera); Schmidel, que viajó en Buenos Aires por los años de 1534, la llama padades (Vierte Schiffahrt wahrhaftige Historieu u. s. w.); y Oviedo cita además otras especies de nombre haitiano (v.g. aniguamar, atibiuneix, guaraca, guacaraica, guana- nagax). Voz taína. Reff. Cas., V, 307; Ov., I, 273; Caul., 18.
||–Pantorrilla del hombre. –«Se fue al herido y registrán-
dole, preguntó: –¿Onde fué? –En la batata, de chaflán. Le arrolló el pantalón encharcado; examinó la herida, y quitán- dose del cuello un pañuelo mugriento, fajó la pantorrilla, murmurando: –No hay ni qué ponéle.» (B. Vallenilla L., Guerra y fiebre.) ||–BATATA DE MATA: Especie o variedad
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